No brilló el Jueves Santo más que el sol pero al menos el cielo no evitó su desarrollo. Era una jornada de barrios, alejados tanto como cercanos en sus sentimientos y tradiciones. Fueron tres largos años de espera para un barrio, el Barrio, que tiene en sus entrañas el germen de la Semana Santa lojeña. Aunque menor, tampoco era desdeñable la espera para ver al Crucificado del Barrio Alto, aquel que todo lo puede.
Este año las nubes no amenazaban en la llegada de las 18: 30 horas y se sumaban al decorado para dar un sentido más dramático al pórtico de la Capilla de la Sangre. Colorido por doquier de penitentes de capa roja y verde, mantillas, tambores blancos, horquilleros, ciriales e Incensarios. Toda la esencia de lo nuestro dispuesto para una tarde siempre esperada en San Francisco.
Y llegó, tras más de mil días de espera llegó el momento de ver de nuevo a la ahora Muy Antigua y Primitiva, Real e Ilustre Cofradía de la Santa Vera Cruz, Jesús Preso y Nuestra Señora de los Dolores. La Santa Vera Cruz, que estrenaba sudario, comandó una comitiva que era iniciada por los Tambores Blancos, los cuales sumaban jóvenes componentes. Tras ella llegó el momento de salida de Jesús Preso, que dejó el blanco de su túnica para volver a vestir de gala con túnica morada bordada. Claveles rojos para el calvario del Titular con bordes coloridos de diferentes flores silvestres. El paso de sus horquilleros fue acompañado por la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Salud de Churriana.
Los barreños y lojeños en general recibieron con algarabío a la Dolorosa de San Francisco. Con un exorno floral comandado por rosas blancas la Virgen de los Dolores caminó con devoción por la calle principal de su barrio. La Banda de Música de Loja acompañó a sus horquilleros ordenados por Juanmi ‘Sereno’. Numerosas mantillas acompañaron a su Reina.
El cortejo era largo y se estiraba cruzando el Puente Gran Capitán. En esas, ‘El Álamo Gordo’ volvió a escuchar sátiras y zapatados. Estreno de los Incensarios Blancos, que como palomas alaban a sus titulares. Los negros de los Favores también participaron de la cita como invitados.
Como antaño, y siempre se recuerda así, la Placeta del Puente se quedó pequeña para recibir a la comitiva. Balcones llenos para abrazar a los jóvenes horquilleros de la Vera Cruz comandados por Francisco Arévalo. El Preso lució el potencial de su trabajada cuadrilla de horquilleros al mando de Antonio Julio Pérez. La Señora de los Dolores cerró con vítores la subida a la Carrera de San Agustín.
El paso por Tribuna se retrasó para buscar el reagrupamiento de los tres tronos. El cortejo se lució en un centro de la ciudad abarrotado de lojeños que vivían retornos llenos de abrazos. Loja respiraba su esencia. Emocionante abandono de Jesús en su bajada por la Cuesta Campos y marcado paso de contoneo al son de marchas de la Titular mariana.
Se estirazó la comitiva en el regreso. A pesar del frío habitual, el tiempo respetó en el retorno. Esfuerzo medido de los horquilleros en la subida de la Avenida de San Francisco. Ejemplar el paso de los jóvenes horquilleros de la Vera Cruz, pies de Cristo para los del Preso que lo hicieron caminar y desgarrador el esfuerzo de los horquilleros de la Señora que robaron el alma del barrio en su despedida. Fue el final de un día que marcaba la madrugada de Viernes Santo.
Como marca la tradición, para que sea aún Jueves Santo, diez minutos antes de las 00 horas la procesión de los Favores se volvió a reencontrarse con su Loja. En la oscuridad y el silencio, el Barrio Alto bullía de deseo de ver de frente al inmenso Crucificado. El estruendo de los Tambores Negros, que lucían nuevas bragas o mantolin, llenó de emoción a los presentes.
Toda Loja giro su cabeza hacia el pórtico de Santa Catalina. Era la hora y aparecía al fondo, a lo lejos, iluminado. Silencio para un Jesús de cabeza apoyada en el pecho y pendiente en la cruz. La voz de José Arjona mando al hombro a sus horquilleros y las peticiones se sucedían a su paso. Emoción en cada saeta, en cada momento.
Las Cuatro Esquinas acogió el golpe de sus Incesarios que empezaban a entonar aquello de “fijarse como lo llevan con una lanza en el pecho”. No faltó la bengala detrás del Crucificado que lucía un exorno floral tradicional de color rojo, con claveles y rosas. Detrás, las referencias de la Hermana Mayor, Veronica Ruiz, que se estrenaba en una estación de penitencia como la primera gran representante femenina de la historia de la cofradía.
Magnificencia de cortejo visualizada a la perfección en la Calle Tamayo. Al centenar de Tambores Negros se sumaron otros tantos o más de hermanos penitentes y mantillas. Las carracas o paletas volvieron a surtir efecto en un cortejo ordenado hasta la perfección.
Del recorrido reseñar el paso por la Plaza de la Virgen Blanca donde no puede pasar el Titular sin el rezo de una saeta. La estampa de la torre de la Encarnación con el Crucificado, también queda como recuerdo irrepetible. Lo mismo sucede con el toque de rodillas de los tambores a su paso por la Plaza de la Constitución.
Tras nuevas sátiras y movimientos en la Carrera de San Agustín, el cortejo subió de nuevo a su barrio. Despedía de incensarios en frente de la Peña la Orza y recogida entre silencio y algarabío. Nadie quería que se fuera, pero el Cristo está en su casa para todo aquel que quiera pedirle, porque está claro que hay mucho que pedir y Él, siempre escucha.