El poeta Antonio Carvajal regresó a Loja después de 30
años de ausencia, recordando sus frecuentes paseos por la ciudad y su entorno,
o sus “jugosas” comidas en establecimientos lojeños en los que se alimentaba
más el espíritu y la amistad que el estómago.
Y lo hizo para ofrecer una lección magistral de creación
poética, a través de la compleja sencillez de la vida, de su propia vida.
Una clase que cautivó a un centenar de alumnos y
profesores del instituto Virgen de la Caridad, hasta el extremo de que la
sirena de salida de clase les pilló desprevenidos y entregados a la palabra del
poeta.
El premio nacional de poesía, Antonio Carvajal, consiguió
el imposible de mantener boquiabiertos durante más de una hora a un numeroso
grupo de alumnos que llenaba el salón de actos del centro educativo. Un
afortunado colectivo que se dejó sorprender por la naturalidad narrativa del
escritor, que entre versos y versos, entre sonetos y sonetos que no sonaron
jamás forzados ni férreos, fue descubriéndoles un rico mundo de sensaciones al
que les invitó a penetrar en sus propias vidas.
Dijo Carvajal que llegó a se poeta por azar, por
casualidad, pero recalcó que el poeta se hace desde la lectura, desde el
descubrimiento, desde la experiencia y desde la permeabilidad a los
sentimientos.
Les animó a ser libres, críticos, rebeldes y entusiastas,
les invitó a dar rienda suelta a la pasión y la sensibilidad, les reflejó la
fuerza de las emociones, les mostró la belleza de la solidaridad y les
encandiló con la sal de las anécdotas y los matices del día a día.
Y todo ello con la modestia de los grandes personajes, de
los grandes hombres: sin estridencias, cercano, accesible y, sobre todo,
humano.
Desde la cordura de alguien que es capaz de sustraerse al
mundo del oropel y de las vanaglorias, desde la capacidad de quien tiene en su
haber más de 20 poemarios publicados, un par de obras teatrales, varias
traducciones y formar parte de numerosas antologías.
Aunque él todo eso lo vea con naturalidad, con la
distancia necesaria como para darle un valor relativo a los muchos premios
conseguidos a lo largo de su carrera literaria. Porque a Antonio Carvajal lo
que le gusta es la comunicación, el conocimiento, compartir, enfrentarse a los
retos y disfrutar de cuanto hace.
Todo eso es la química, y no otra, que hizo posible el
“milagro” de hablar de poesía a jóvenes de menos de 18 años de edad durante tan
amplio espacio de tiempo y que no se aburrieran ni se despistaran, o que al
final del encuentro algunos de estos jóvenes se acercaran hasta él y le pidieran
consejo sobre el arte de escribir.
En otro momento, el poeta fue crítico e irónico con
respecto a las “academias” o las normas que encorsetan el idioma y defendió a
ultranza la vitalidad del andaluz y las nuevas formas lingüisticas.
Todo un ejemplo de un ser heterodoxo que hunde sus raíces
en una Granada a la que ama profundamente como ciudad pero de la que dijo que
es terriblemente provinciana en muchas ocasiones; y ahora en la tranquilidad de
un retiro en la costa tropical dice mantenerse a salvo de los duelos de
intereses que muchas veces subyacen en el mundo literario.
Un Antonio Carvajal en cuyos poemas se dan la mano de
forma brillante la riqueza y precisión lingüísticas y un recreador barroquismo
contemporáneo. Sin desdeñar el lenguaje directo y cercano de la gente del
pueblo. Y eso irradia, afortunadamente, a quien disfruta de su presencia.