Olía a nardos en la Iglesia de la Encarnación. Esto era un síntoma inequívoco de que la Virgen de la Caridad, Patrona de Loja, se encontraba entronada en su interior. Como cada 31 de agosto, el municipio se engalanaba para recibirla como se merece. Una procesión alegre, de final de fiestas y casi de verano.
Tras la Santa Misa en su honor, y con excelente puntualidad, comenzó el desfile comandado por la Banda de Tambores y Cornetas Flor Entre Espinas. Tras ellos se sucedían las representaciones de las Hermandades y Cofradías del municipio, que acudían con sus estandartes o guiones. A continuación, seguido al emblema de la Hermandad patronal, se sumaban decenas de lojeñas, eran principalmente mujeres, que alumbraban o acompañaban a la Virgen.
Lucieron pasos orgullosos los horquilleros en el trascurrir por el crucero principal de la antigua colegiata. Loja aguantó la respiración para ver el bello rostro de la lojeña más querida. Salía la Caridad con su dulzura impoluta, como si un año más no hubiera cambiado nada.
La Banda de Música de Loja, tan unida también en su historia en el acompañamiento a la Patrona, se esmeraba, bajo las órdenes de su director, en dar melodía al misterio presentado. Sonó la marcha ‘Caridad del Guadalquivir’ para comenzar el recorrido.
Hubo mucho público en las calles céntricas de la ciudad. Fue el caso de Duque de Valencia, Carrera de San Agustín y Plaza de la Victoria. Este año se subió al Barrio Alto, donde la Virgen visitó la Iglesia de Santa Catalina.
La Patrona recibió el respeto y afecto de lojeños y visitantes. Muestra de ello fue el canto a la Virgen por parte del grupo local ‘Ajoblanco’. Cerca del Palacio de Narváez interpretaron en su honor unas preciosas sevillanas.
La comitiva cumplió con su horario. En tres horas el cortejo estaba de vuelta en la Iglesia de la Encarnación. Fue en la medianoche, límite con el 1 de septiembre, cuando la Patrona bendijo por última vez a su pueblo. Ahora se inicia los cultos en su honor, nueve días para acompañarla y rezarle. Nueve días para que vuelva de nuevo a su relicario, a la ermita desde donde nos guarda.