A 23 kilómetros del casco urbano de Loja, transcurriendo por la carretera de Priego, se encuentra Las Rozuelas, una pequeña y tranquila pedanía con un paisaje envidiable. Se enclava en la cola Este del pantano de Iznájar y desde su territorio se divisan cuatro anejos lojeños, Venta del Rayo, Fuente Camacho, Ventorros de La Laguna y Ventorros de Balerma. También se ven a lo lejos las localidades vecinas de Iznájar, Fuente de Cesna y Zagra y, desde Sierra Martilla, algunos puntos de Loja. En sus tierras, el río Genil busca su desembocadura en el embalse. También lo hace el río Pesquera, que nace en Algarinejo.
La principal característica de este pueblo es que se encuentra diseminado. Forman parte de Las Rozuelas hasta 40 viviendas, con unos 90 vecinos, todas ellas repartidas de forma dispersa. Viven en perfecta armonía, según indica el alcalde pedáneo, Antonio Cuéllar, quien añade que “aquí, casi todos somos familia”. Hace unos años el pueblo era aún más grande, pero el pantano dejó sumergidas varias viviendas.
También pertenece a esta pedanía Los Molejones, un núcleo ya casi despoblado en el que sólo viven cinco vecinos. Cuéllar lamenta que el pueblo haya perdido bastante población con el paso de los años: “Los más jóvenes se van fuera a buscar trabajo y más comodidades, y ya no vuelven”, lamenta.
Por el contrario, Las Rozuelas sí que es un pueblo atractivo para los extranjeros. Hasta ocho familias han recalado en la pedanía en busca de tranquilidad. Eso le convierte en uno de los anejos lojeños con mayor proporción de habitantes extranjeros, junto con Fuente Camacho, por ejemplo.
El origen de las Rozuelas hay que buscarlo hace unos 200 años en el Marquesado de Zagra, dueño por aquel entonces de los terrenos sobre los que se asienta hoy la pedanía. Tenía cedidas a numerosos campesinos sus tierras de labranza, de baja calidad –las que había alrededor del núcleo de Zagra eran mucho mejores-. Estas personas hacían una “roza”, es decir, roturaban la tierra, la labraban y la plantaban. En sus pequeñas parcelas empezaron a construir sus chozas, que fueron transformándose en casas, hasta convertirse en el poblado que conocemos en la actualidad. Con el tiempo, el marquesado vendió todo su territorio “y cada campesino, dependiendo de sus posibilidades económicas, compraba su terreno”, explica Cuéllar.
Según el alcalde pedáneo, el anejo ha dependido de Zagra desde siempre, y eso todavía queda patente en el día a día de los vecinos. Comparten código postal con la localidad vecina, el 18311. Los más pequeños van en bus escolar a un colegio zagreño. Por otro lado, muchos rozaleños acuden al centro de salud y a la parroquia del municipio limítrofe y tienen enterrados a sus familiares en su cementerio.
Contrariamente a lo que se podría pensar, el hecho de ser un núcleo disperso no afecta a los vecinos en los servicios básicos. “No es un problema, tenemos todo lo que necesitamos”, apunta Cuéllar que, sin embargo, explica que no hay alumbrado público en las calles. “Sólo hay en el centro de usos múltiples. Al principio los vecinos pensamos en ponerlo, pero tampoco lo vemos necesario”, indica.
Si se pasea por las calles de Las Rozuelas se puede observar que no hay contenedores de basura. Por supuesto, tampoco hay servicio de recogida. “Los desperdicios orgánicos se las damos de comer a las gallinas y el resto de residuos los depositamos en Ventorros”, explica. Además, tampoco pagan por el agua que consumen. Viene del nacimiento Pedro Sánchez, justo en la linde de Loja y Zagra. De él brotan 40.000 litros en un día. “Es un agua muy buena, sin cal”, destaca el pedáneo. Entre los vecinos han puesto en marcha una especie de comunidad por la que aportan dinero para los gastos que ocasiona el clorado y el bombeo del agua hasta sus casas. “Entre todos nos repartimos los gastos y nos sale más barato que si el servicio viniera del Ayuntamiento”, destaca.
UN PUNTO DE ENCUENTRO PARA LOS VECINOS
La conocida como ‘Choza El Viso’, un conjunto de cuatro viviendas, tenía un significado muy especial para Las Rozuelas. Hasta los años 70 era el lugar de encuentro de los vecinos, el sitio donde reunirse, charlar y pasar el rato. En este lugar llegó a haber hasta tres bares a la vez, “y siempre estaban llenos, porque antiguamente había mucha gente trabajando y viviendo en la zona”, recuerda el pedáneo. Precisamente uno de esos negocios era regentado por los padres de Antonio Cuéllar. Él mismo continuó con él hasta hace unos dos años, cuando echó el cierre por falta de clientes. “Ese día invité a todos los vecinos. La verdad que fue algo triste, como que me faltaba algo, porque había crecido allí y el bar era mi vida”, relata Antonio.
Ahora la vida social se ha trasladado desde la ‘Choza El Viso’ hasta el edificio –o mejor, dicho, casa- de usos múltiples de la pedanía. En ella tienen lugar además las fiestas populares que se celebran el primer fin de semana de agosto desde hace 30 años. Antes se celebraban por el día de Santiago, pero decidieron cambiarse. La tradicional verbena y una paella para todos los vecinos son las actividades más destacadas que se organizan.
Cerramos este reportaje preguntando a Antonio por las reivindicaciones que tiene la pedanía. Todas tienen, en mayor y menor medida, peticiones y necesidades que piden solventar, pero el caso de Las Rozuelas es diferente. Sorprendentemente nos responde que ninguna, que tienen los suficientes recursos y servicios como para vivir bien el día a día. “Es raro decirlo, ¿no?”, apostilla el pedáneo.
Sierra Martilla, testigo de la Historia
El núcleo rural de Las Rozuelas puede presumir de tener en su territorio el poblado-necrópolis de Sierra Martilla, todo un referente en el patrimonio arqueológico de la provincia por la importancia del conjunto megalítico que allí se encuentra: una decena de dólmenes de la Edad del Cobre con una o varias cámaras funerarias semiexcavadas en la roca.
Los enterramientos colectivos de época neolítica están acompañados por un centenar de inhumaciones individuales fechables en la Edad Media, además de por una torre vigía musulmana. Las tumbas se agrupan en dos unidades estructurales, una más cercana al poblado, con mayor número de tumbas, y otra junto al camino de Las Rozuelas. Varios estudios han concluido la existencia de un poblado, de escasa urbanización y sin planificación estructural.
Las estructuras excavadas representan fondos de cabaña. Son chozas construidas a partir de un zócalo de piedras irregulares trabadas con barro. Sus habitantes, en grupos poco numerosos, debieron constituir una sociedad basada en fuertes lazos de parentesco, dedicada a tareas agrícolas y de pastoreo.