Un lojeño, modelo de urbanidad y contribución social sin ánimo de lucro, dedica gran parte de su tiempo a mantener limpia de chicles la plaza de la Victoria. Rufino Figueroa López, muy conocido en la ciudad por haberse dedicado toda su vida a regentar el bar que lleva su nombre, emprendió hace un par de años tan inaudita labor y continúa con ella aún siendo consciente de que por ello no recibe ni recibirá cantidad alguna, si acaso la felicitación y el reconocimiento de sus convecinos.
Todo comenzó cuando Rufino paso a la situación de jubilado y encontrarse postrado en una silla de ruedas como consecuencia de una enfermedad que le despojó de una pierna, en esas circunstancias, este lojeño solía pasear por la plaza de la Victoria, lugar donde también se encuentra su negocio, y veía la gran cantidad de chicles que había pegados al suelo tras haber sido arrojados -incivicamente- por los viandantes. Decidió ponerse manos a la obra para mantener a raya la higiene y el decoro de esa popular plaza, a la que acuden cada día centenares de madres con sus hijos, pues, no en vano, allí se ubica igualmente el colegio de la Victoria.
Rufino se armó de una pequeña espátula que siempre lleva en su bolsillo y con una paciencia franciscana recorría jornada tras jornada la superficie del recinto, a la caza y captura de cualquier chicle rebelde. Y lo cierto es que lo ha conseguido. Sobre el suelo pueden apreciarse las manchas que delatan la existencia anterior de tan pegajoso habitante, pero no sus restos gomosos y peguntosos que tanto molestan e irritan a los ciudadanos cuando se les pega en la suela de sus zapatos.
Así, día tras día, Rufino Figueroa López, con su espátula en ristre no da cuartelillo a ninguno, ya sea de fresa, de menta o de clorofila, e incluso los inapreciados de melón o sandía. Y quienes lo saben se lo agradecen, aunque más de uno se queda estupefacto al conocer la dedicación y habilidad de tan solidario vecino.